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Mostrando entradas de octubre, 2024

El hijo de Butch Cassidy - Osvaldo Soriano

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El mundial de 1942 no figura en ningún libro de historia pero se jugó en la Patagonia argentina sin sponsors ni periodistas y en la final ocurrieron cosas tan extrañas como que se jugó sin descanso durante un día y una noche, los arcos y la pelota desaparecieron y el temerario hijo de Butch Cassidy despojó a Italia de todos sus títulos. Mi tío Casimiro, que nunca había visto de cerca una pelota de fútbol, fue juez de línea en la final y años más tarde escribió  unas memorias fantásticas, llenas de desaciertos históricos y de insanias ahora remediables por falta de mejores testigos. La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre to

Trabajador responsable - Eduardo López Pumarega

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  Ahora le toca a usted - le dijo su jefe- Tranquilo. Ya les expliqué que es mi mejor empleado. Kiunel caminó hasta la sala  de reuniones, golpeó la puerta y esperó. -Pase -dijo una voz. Kiunel entró y vio a dos inspectores de policía, uno joven y otro viejo, sentados frente a una mesa.  -Cierre la puerta y siéntese -dijo el más viejo. -Nombre y apellido -preguntó el más joven. -Pablo Kiunel. -¿Cuál es su función en el Registro Nacional de las Personas? -Trabajo en la sección de Accidentes -dijo. -Explíquese.  -Debo analizar las fotografías de siniestros ocurridos en la vía pública e ingresar los datos de los involucrados, incluso de los testigos, Cuando existen cuerpos no identificados comparo los datos recibidos con los de nuestra base de datos. -Tarea dura- dijo el oficial viejo -Con el tiempo me fui acostumbrando -acotó Kiunel, y tomó la jarra de agua que había en un costado de la mesa. Llenó el vaso, bebió el agua y lo dejó cerca de la jarra. Miró el vaso y con el índice de la man

El hombre que ríe - J.D. Salinger

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Una de las escasas fotografías de J.D. Salinger.  PAUL ADAM   En 1928, a los nueve años, yo formaba parte, con todo el espíritu de cuerpo posible, de una organización conocida como el Club de los Comanches. Todos los días de clase, a las tres de la tarde, nuestro Jefe nos recogía, a los veinticinco comanches, a la salida de la escuela número 165, en la calle 109, cerca de Amsterdam Avenue. A empujones y golpes entrábamos en el viejo autobús comercial que el Jefe había transformado. Siempre nos conducía (según los acuerdos económicos establecidos con nuestros padres) al Central Park. El resto de la tarde, si el tiempo lo permitía, lo dedicábamos a jugar al rugby, al fútbol o al béisbol, según la temporada. Cuando llovía, el Jefe nos llevaba invariablemente al Museo de Historia Natural o al Museo Metropolitano de Arte. Los sábados y la mayoría de las fiestas nacionales, el Jefe nos recogía por la mañana temprano en nuestras respectivas viviendas y en su destartalado autobús nos sacaba de

La oveja negra - Ítalo Calvino

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Había un pueblo donde todos eran ladrones. A la noche cada habitante salía con la ganzúa y la linterna, e iba a desvalijar la casa de un vecino. Volvía al alba y encontraba su casa desvalijada. Y así todos vivían en amistad y sin lastimarse, ya que uno robaba al otro, y este a otro hasta que llegaba a un último que robaba al primero. El comercio en aquel pueblo se practicaba solo bajo la forma de estafa por parte de quien vendía y por parte de quien compraba. El gobierno era una asociación para delinquir para perjuicio de sus súbditos, y los súbditos por su parte se ocupaban solo en engañar al gobierno. Así la vida se deslizaba sin dificultades y no había ni ricos ni pobres. No se sabe cómo ocurrió pero en este pueblo se encontraba un hombre honesto. Por la noche en vez de salir con la bolsa y la linterna se quedaba en su casa a fumar y leer novelas. Venían los ladrones, veían la luz encendida y no entraban. Esto duró poco pues hubo que hacerle entender que si él quería vivir sin hacer