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La espera - Jorge Luis Borges

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     El coche lo dejó en el cuatro mil cuatro de esa calle del Noroeste. No habían dado las nueve de la mañana; el hombre notó con aprobación los manchados plátanos, el cuadrado de tierra al pie de cada uno, las decentes casas de balconcito, la farmacia contigua, los desvaídos rombos de la pinturería y ferretería. Un largo y ciego paredón de hospital cerraba la acera de enfrente; el sol reverberaba, más lejos, en unos invernáculos. E1 hombre pensó que esas cosas (ahora arbitrarias y casuales y en cualquier orden, como las que se ven en los sueños) serían con el tiempo, si Dios quisiera, invariables, necesarias y familiares. En la vidriera de la farmacia se leía en letras de loza: Breslauer, los judíos estaban desplazando a los italianos, que habían desplazado a los criollos. Mejor así; el hombre prefería no alternar con gente de su sangre.      El cochero le ayudó a bajar el baúl; una mujer de aire distraído o cansado abrió por fin la puerta. Desde el pescante el cochero le devolvió un

Erik Grieg - Martín Kohan

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Puerto de Buenos Aires - 1920/9 - histamar Todo el mundo sabe que una puta no besa: que para sostener la ficción de su entrega es necesario omitir, por lo menos, dos o tres circunstancias: la exigencia del pago previamente acordado, cierto aire de ausencia, que se nota pese a cualquier esmero, y la renuencia a besar. Por eso, cuando esa mujer, a la que había elegido en un bar cercano al puerto por percibir en ella algo indefinido pero especial, acercó los labios entreabiertos a los suyos, abiertos también, pero en el goce, para besarlos o, en realidad, para hacerse besar, se sintió Erik Grieg primero confuso, más aturdido aún de lo que ya estaba por culpa del alcohol; pero luego, de inmediato, se sintió también extrañamente feliz. En medio de esa euforia soltó unas pocas palabras entrecortadas, en una lengua que de todas formas la mujer no podía comprender, se tensó en un instante en el que pareció de piedra, y por fin se recostó, ya distendido, junto a la puta que lo había besado. No

Nostalgia del presente - Jorge Luis Borges

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En aquel preciso momento el hombre se dijo: Qué no daría yo por la dicha de estar a tu lado en Islandia bajo el gran día inmóvil y de compartir el ahora como se comparte la música o el sabor de la fruta. En aquel preciso momento el hombre estaba junto a ella en Islandia.

Principio de la especie - Luisa Valenzuela

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Adán y Eva - Lucas Cranach, el viejo Courtauld Gallery - Londres  Me acerqué a la planta perenne de tronco leñoso y elevado que se ramifica a mayor o menor altura del suelo y estiré la parte de mi cuerpo de bípeda implume que a de la muñeca a la  extremidad de los dedos para recoger el órgano comestible de la planta que contiene las semillas y nace del ovario de la flor. El reptil generalmente de gran tamaño me alentó en mi acción dificultosa que se acomete con resolución. Luego insté al macho de la especie de los mamíferos bimanos del orden de los primates dotados de razón y de lenguaje articulado a que comiera del órgano de la planta. Él acepto mi propuesta con cierto sentimiento experimentado a causa de algo que agrada. Pocas cosas tienen nombre, por ahora. A esto que hicimos creo que lo van a denominar pecado. Si nos dejaran elegir sabríamos llamarlo de mil maneras más encantadoras.

Amigos por el viento - Liliana Bodoc

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  A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.  Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. EI cielo se mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.  Así ocurrió el día que papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.  - Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?  -Me parece bien -mentí. Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:  - No me lo estás diciendo muy conven

El jardín encantado - Ítalo Calvino

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Jardín de la cabaña - Gustave Klimt Giovannino y Serenella caminaban por las vías del tren. Abajo había un mar todo escamas azul oscuro azul claro; arriba un cielo apenas estriado de nubes blancas. Los rieles eran relucientes y quemaban. Por las vías se caminaba bien y se podía jugar de muchas maneras: mantener el equilibrio, él sobre un riel y ella sobre el otro, y avanzar tomados de la mano. O bien saltar de un durmiente a otro sin apoyar nunca el pie en las piedras. Giovannino y Serenella habían estado cazando cangrejos y ahora habían decidido explorar las vías, incluso dentro del túnel. Jugar con Serenella daba gusto porque no era como las otras niñas, que siempre tienen miedo y se echan a llorar por cualquier cosa. Cuando Giovannino decía: “Vamos allá”, Serenella lo seguía siempre sin discutir. ¡Deng! Sobresaltados miraron hacia arriba. Era el disco de un poste de señales que se había movido. Parecía una cigüeña de hierro que hubiera cerrado bruscamente el pico. Se quedaron un mom

Cuando en Milán llovieron sombreros - Gianni Rodari

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Una mañana en Milán , el señor Bianchini se dirigía al banco. Era un día  precioso. En el cielo azul celeste, no había una nube que tapara el sol, que brillaba de manera increíble en el mes de noviembre. El señor Bianchini estaba contento y al andar con paso ligero canturreaba para sus adentros: "pero que día  tan bonito es bonito de verdad ay que día  tan bonito en un noviembre  inusuaaaaallllll” ….. Pero de repente, el señor Bianchini se quedó duro y mudo. Se olvidó de cantar, se olvidó de andar, se quedó como estatua con la boca abierta mirando al cielo de tal forma, que otro señor que por allí pasaba, se lo llevó por delante y muy enojado le dijo: —     Ehhh usted, ¿se dedica a contemplar la nubes? ¿por qué no mira por donde camina? —     Pero si no ando, estoy quieto…mire (señalando el cielo) —     ¿mirar que? Yo voy muy apurado, no puedo mirar ehhh ohhh ahhhh uhhhhh —     Lo ve, ¿que le parece? —     Que son sombreros En efecto, del cielo azul celeste caía una lluvia de som