Una broma sin importancia - Antón Chéjov




Es un claro mediodía de invierno…El frío aprieta y a Nádienka, que va del brazo conmigo, se le cubren de plateada escarcha los ricitos de las sienes y el vello que sombrea su labio. Estamos en una alta pendiente. Desde el sitio en que nos encontramos hasta el pie de la cuesta se extiende una lisa superficie de nieve apisonada en la que el sol brilla como si fuera un espejo. Junto a nosotros hay un pequeño trineo forrado de paño de un color rojo vivo.

-Vamos a bajar, Nádienka Petrovna- le pido. Solo una vez. Le aseguro que NO le pasará NADA.

Pero Nádienka tiene MIEDO.Todo el espacio que se extiende desde sus diminutos chanclos hasta el fin de la montaña de hielo se le figura ser un abismo TERRIBLE y sin fondo. Pierde el ánimo y la respiración se le corta al mirar hacia abajo, cuando la invito a montar en el trineo; ¿qué ocurrirá, pues, si se arriesga a VOLAR sobre el abismo? Morirá, perderá la razón.

-Se lo suplico -digo yo-. No tenga miedo. Eso es propio de gente de poco espíritu, de cobardes.

Nádienka accede, por fin, y por su cara veo que cree embarcarse en una aventura que puede costarle la vida.
La acomodó en el trineo, pálida y temblorosa, paso la mano por su talle y nos lanzamos al abismo.
El trineo vuela como una exhalación. El viento, que corta nuestros cuerpos, nos golpea en la cara, ruge, silba en nuestros oídos, nos pincha dolorosamente, quiere arrancarnos la cabeza de los hombros. Es tanta la presión que ejerce sobre nosotros, que se nos hace difícil respirar. Parece como si el propio diablo nos hubiera agarrado con sus zarpas y nos arrastrase con gran estruendo a los infiernos. Todos los objetos que nos rodean se funden en una cinta larga que cruza velozmente…Un instante más y todo habrá terminado para nosotros.

-La amo, Nádienka- digo a media voz.

El trineo comienza a disminuir la marcha, el rugido del viento y el rechinar de los patines no parecen ya tan terribles, la respiración se normaliza y, por fin, nos vemos abajo. Nádienka está ni viva ni muerta, pálida, apenas respira…la ayudo a ponerse de pie.

-Por nada del mundo subiría otra vez -dice, mirándome con unos ojos desorbitados por el terror que la domina-. ¡Por NADA del MUNDO! ¡Por poco me MUERO!

No tarda en recobrarse y me mira interrogante a los ojos: ¿he dicho yo esas tres palabras, o ha sido una figuración suya entre el ruido del viento? Yo permanezco a su lado, fumo y miro con atención mis guantes.
Se cuelga de mi brazo y paseamos largo rato al pie de la montaña. Parece que el misterio NO la deja en paz.
¿Han sido o no han sido pronunciadas esas palabras?
¿Sí o No? ¿sí o no? Es un problema de amor propio, de honor que afecta a la vida, a la dicha, es un problema muy importante, el más importante del mundo. Nádienka me mira impaciente, triste, tratando de leer la respuesta en mi cara; responde sin saber lo que dice, espera a que yo me decida a hablar. ¡Oh, qué sucesión de expresiones en este simpático rostro! Veo que ella lucha consigo misma, que necesita decir algo, preguntar algo, pero que NO encuentra PALABRAS para hacerlo; se siente violenta, le da miedo, la alegría la domina…

-¿Sabe una cosa? -dice sin mirarme.

-¿Qué? -pregunto yo.

-Vamos a TIRARNOS…otra VEZ.

Subimos por la escalera a la montaña. De nuevo coloco a Nádienka, pálida, temblorosa, en el trineo; de nuevo volamos hacia el terrible abismo, y de nuevo el viento ruge y se escucha el chirrido de los patines, y de nuevo, aprovechando el momento en que más vertiginoso es el descenso, digo a media voz;

-La AMO, Nádienka.

Cuando el trineo se detiene, Nádienka mira la montaña por la que acabamos de bajar, luego contempla largo rato mi rostro, escucha mi voz indiferente y desapasionada, y toda ella, toda, hasta su manguito y su capuchón, su figurita entera es la representación viva de la perplejidad. En su cara se lee: "¿Qué es esto? ¿Quién ha pronunciado esas palabras? ¿Ha sido él, o es una ilusión mía?".
La incertidumbre la inquieta e impacienta. La pobre muchacha NO responde a mis preguntas, frunce el ceño y parece que va a romper a llorar.

-¿Vamos a casa? -pregunto

-A mí …me agrada deslizarme con el trineo -dice ella enrojeciendo- ¿Bajamos otra vez?

Le “agrada” esto pero, cuando se sienta en el trineo, lo mismo que antes palidece, tiembla, el miedo apenas si la deja respirar.
Bajamos por tercera vez y yo veo cómo se fija ella en mi rostro, sin apartar los ojos de mis labios. Pero yo me tapo la boca con el pañuelo y, cuando nos encontramos hacia la mitad de la cuesta, puedo decir:

-La AMO, NADIA.

¡Y el misterio continúa siendo MISTERIO! Nádienka calla pensativa…La acompaño hasta su casa; ella procura ir despacio, siempre con la esperanza de que yo le diga las palabras de antes. Veo cómo sufre su alma, los esfuerzos que realiza para dominarse, para NO decir :”¡Es IMPOSIBLE que las dijera el VIENTO! ¡Y yo NO quiero que sea el viento el que ha hablado!”
Al día siguiente, por la mañana , recibo una esquela: “Si va a ir hoy a la pista, pase a buscarme . N.” Y a partir de este día Nádienka y yo vamos todas las tardes a la pista; y al volar cuesta abajo en el trineo siempre pronuncio a media voz las mismas palabras:

-La Amo, Nadia.

Nádienka se habitúa pronto a esta frase, como uno se acostumbra al vino o a la morfina.No puede vivir sin ella.
Cierto que NO ha perdido el miedo que antes la dominaba, pero ahora el terror y el peligro infunden un encanto especial a las palabras de amor, a unas palabras que continúan siendo un misterio y llenan de congoja su alma. Los sospechosos seguimos siendo dos: el viento y yo…¿Quién de los dos confiesa su amor? Ella NO lo sabe, y parece ser que ya no le importa saberlo; es lo mismo que la copa en la que se ofrece el vino: lo importante es EMBRIAGARSE.
Cierta vez, al mediodía, me dirijo a la pista solo; confundido entre la gente veo cómo Nádienka se acerca a la montaña y me busca con los ojos…Luego, tímidamente, sube la escalera…¡Horrible, pero qué HORRIBLE le resulta subir SOLA!
Está pálida como la nieve, tiembla como si se dirigiera a un suplicio, pero sube, sube sin mirar, con paso enérgico.
Sin duda alguna ha decidido hacer la prueba : ¿oirá esas asombrosas y dulces palabras cuando yo NO voy con ella? La veo trémula, con la boca entreabierta por el terror, cuando se acomoda en el trineo; cierra los ojos y despidiéndose para siempre del mundo, se pone en marcha…los patines rechinan. No sé si Nádienka oye esas palabras…Veo, sí, que se pone en pie exhausta, sin fuerzas. Y veo por su rostro que ella misma NO sabe si ha oído algo o NO. El miedo del descenso la ha privado de la facultad de oír , de diferenciar los sonidos, de comprender…

Pero llega el mes de marzo y se inicia la primavera …

El sol empieza a calentar. Nuestra montaña de hielo se oscurece , pierde su brillo y acaba por fundirse. Ya no vamos a la pista. La pobre Nádienka ya no tiene dónde escuchar esas palabras, y NO hay tampoco quien las pronuncie, porque NO sopla el viento y yo me dispongo a trasladarme a Petersburgo por mucho tiempo, acaso para siempre.
Un par de días antes de mi salida, al atardecer, me encuentro en un jardincito separado de la casa en que vive Nádienka por una alta valla rematada todavía por clavos…Hace aún bastante frío, por debajo de las basuras todavía hay nieve, los árboles están muertos, pero ya huele a primavera y, disponiéndose a dormir, los grajos graznan ruidosamente. Me acerco a la valla y miro largo rato por una rendija. Veo que Nádienka sale a la puerta y mira triste y añorante al cielo…El viento primaveral sopla sobre su rostro pálido y abatido…Le recuerda el viento que zumbaba en la montaña, cuando ella oía aquellas tres palabras, y sus facciones se ven invadidas por la tristeza; por sus mejillas se desliza una lágrima…Y la pobre muchacha alarga sus brazos como rogando al viento que le traiga otra vez esas palabras. Yo espero el momento en que el viento se hace más fuerte y digo a media voz:

-La Amo, Nadia

¡Dios mío, qué transformación la de Nádienka! Lanza un grito, sonríe ampliamente y extiende las manos al viento, alegre, feliz, hermosa.

Yo me dirijo a hacer mi equipaje.

Esto ocurrió hace mucho tiempo. Nádienka es ahora madre de familia, la casaron o se casó, es lo mismo, con un secretario del Consejo de Tutela y tiene tres hijos. Mas NO ha olvidado nuestros paseos en la pista de patinar ni el viento que le llevaba las palabras “La Amo, Nádienka”; esto es ahora para ella el recuerdo más feliz, más conmovedor y hermoso de su vida…

Y ahora, cuando los años han pasado sobre mí, NO comprendo para qué dije yo aquellas palabras, para qué le gasté aquella hermosa broma…


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