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Mostrando entradas de abril, 2020

Una broma sin importancia - Antón Chéjov

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Es un claro mediodía de invierno…El frío aprieta y a Nádienka, que va del brazo conmigo, se le cubren de plateada escarcha los ricitos de las sienes y el vello que sombrea su labio. Estamos en una alta pendiente. Desde el sitio en que nos encontramos hasta el pie de la cuesta se extiende una lisa superficie de nieve apisonada en la que el sol brilla como si fuera un espejo. Junto a nosotros hay un pequeño trineo forrado de paño de un color rojo vivo. -Vamos a bajar, Nádienka Petrovna- le pido. Solo una vez. Le aseguro que NO le pasará NADA. Pero Nádienka tiene MIEDO.Todo el espacio que se extiende desde sus diminutos chanclos hasta el fin de la montaña de hielo se le figura ser un abismo TERRIBLE y sin fondo. Pierde el ánimo y la respiración se le corta al mirar hacia abajo, cuando la invito a montar en el trineo; ¿qué ocurrirá, pues, si se arriesga a VOLAR sobre el abismo? Morirá, perderá la razón. -Se lo suplico -digo yo-. No tenga miedo. Eso es propio de gente de poco espíri

El cuentista - Saki

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Era una tarde calurosa, en el vagón del tren pacía el correspondiente bochorno y la próxima parada sería en Templecombe, a casi una hora de camino. Los ocupantes del coche eran una niñita, otra todavía más pequeña y un niño. Una tía, propiedad de estos niños, ocupaba un puesto de esquina; y en el otro extremo, al frente, había un solterón ajeno al grupo. Pero lo cierto es que las niñitas y el niño ocupaban rotundamente aquel compartimiento. Tanto la tía como los niños eran locuaces de una manera limitada e insistente, que hacía recordar las cortesías de una mosca que se rehúsa a ser disuadida. La mayoría de las observaciones de la tía parecían comenzar con un “¡No!”, y casi todas las de los niños con un “¿Por qué?”. El solterón no decía nada en voz alta. —¡No, Cyril, no! —exclamó la tía, al ver que el niño empezaba a dar palmadas a los cojines del asiento, levantando una nube de polvo a cada golpe—. Ven a mirar por la ventanilla —agregó. El niño se acercó con desgano a la ven

El deseo - Robert Sheckley

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Frank Morris era un hombre que tenía una obsesión, Otros como él coleccionaban montañas de periódicos o kilómetros de cinta; o se pasaban toda su vida tratando de inventar un sistema infalible de apuestas, o un método seguro de hundir el mercado de valores. La obsesión particular de Frank Morris era la magia. Vivía solo en una habitación alquilada y solo tenía un gato por compañía. Las mesas y las sillas de la habitación estaban repletas de libros y manuscritos antiguos, las paredes cubiertas con herramientas propias de un brujo, y los armarios llenos de hierba y esencias mágicas. La gente le dejaba solo, y a Frank le gustaba que fuera así. Sabia que algún día terminaría por encontrar el hechizo adecuado, que entonces aparecería un demonio y le concedería un deseo glorioso. En eso soñaba por la noche; y por la mañana seguía trabajando en sus fórmulas. Su gato negro estaba echado cerca, con los amarillentos medio cerrados, como si fuera la misma alma de la magia. Y Frank siguió