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Mostrando entradas de noviembre, 2025

Continuidad de los parques - Julio Cortázar

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                                                 Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestion de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.  Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos.  Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perver...

El sol y el viento - Fábula de Esopo (adaptación)

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  Estaban una vez discutiendo el sol y el viento sobre cual de los dos era el más fuerte, cuando de pronto vieron que venía por un camino un hombre, que llevaba puesto un abrigo.    El viento le dijo al sol:    - Mira aquel hombre que lleva su abrigo. El que consiga que se lo quite, será el más fuerte.    Y dicho esto, mientras el sol se ocultaba entre las nubes, el viento empezó a soplar y soplar muy fuerte, pero cuanto más soplaba, más fuerte se sujetaba el abrigo el hombre.    Al cabo del rato el viento se cansó de soplar sin conseguir nada.    Entonces el sol salió y empezó a calentar más y más, tanto que el hombre empezó a sudar y tanto calor sentía que al final se quitó el abrigo.    El sol había conseguido con sus rayos lo que el viento con toda su fuerza no pudo.                      

Cuento de horror - Marco Denevi

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La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo: -Thaddeus, voy a matarte. -Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz. -¿Cuándo he bromeado yo? -Nunca, es verdad. -¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio? -¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson. -Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos. El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a ...