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Mostrando entradas de noviembre, 2022

La felicidad - María Teresa Andruetto

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La felicidad se llama aquella película de Agnés Varda de la que todo el mundo hablaba y que ella vio una tarde de septiembre del setenta y tres. Todavía recuerda con nitidez uno de los cuadros, esa mujer rubia como un  ángel de estampita, sentada contra un árbol, con la cabeza del joven marido en la falda. La mujer rubia y el marido habían salido de picnic en aquella película, el  sencillo paseo de dos que se aman, como la salida que ella misma está preparando ahora con su marido para este día en las sierras, treinta años más tarde.   El peceto que acomodó en la conservadora hirvió anoche con un puñado de aromáticas de su pequeña huerta, mientras miraban un documental. Le costó quedarse sentada en el sofá, se levantó varias veces a ver cómo hervía el peceto y largaba ese olor intenso a laurel, después a hacer una llamada a su hijo que acababa de llegar a San Pablo y más tarde a chequear los mensajes que tal vez hubieran quedado en el constestador. Ya no tenía paciencia para ver entera

La sentencia - Wu Ch'eng-en

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 Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo. Al despertarse, el emperador pregunto por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó a buscar y lo tuvo atareado el día entero para que no matara al dragón y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido. Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron: - Cayó del cielo. Wei Cheng, que había despertado

La casa de Asterión - Jorge Luis Borges

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Y la reina dio a luz a un hijo al que llamó Asterión. Polidoro: Biblioteca III,I. El minotauro - George Frederic Watts Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero tambien es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asímismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algun atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que m